
¿Se ama igual al segundo hijo?
Cuando me descubrí embarazada por segunda vez, lo primero que vino a mi mente fue a mi hija de tan solo un año y tres meses. Mi esposo y yo observábamos la prueba casera y veíamos como poco a poco se teñían las dos rayitas de color rosado. ¡No lo podía creer! Miré a mi esposo y le vi una sonrisa nerviosa, me abrazó fuertemente y solo atinó a decir “¡Qué bueno, otro bebé!”, en cambio yo solo podía pensar en mi amadísima bebé de alta demanda que yacía dormida plácidamente cerca de mí. Comencé a preguntarme en voz alta: ¿y qué vamos a hacer? ¿Y nuestra hija? ¡Pero si todavía es un bebé! ¿Cómo le vamos a hacer?…” ¿cómo le vamos a hacer con qué?” me contestó mi esposo sorprendido por mis preguntas, “pues como le hemos hecho con nuestra hija, solo que ahora serán dos y ya”.
¿Y ya? No, no podía ser tan simple para mí. No podía quitar de mi mente todo el tiempo que le dedicaba a mi hija: había decidido dejar por completo de trabajar para dedicarme de lleno a la crianza de mi pequeña. Ella y yo manteníamos una simbiosis total, éramos miel y mimos todo el tiempo, de tal forma que pensar en un nuevo o nueva hija me trastornó al menos los primeros días…
Mi duda más recurrente fue: ¿Podré amar a mi segundo bebé de la misma forma que amo locamente a mi hija? Aquella primera noche que me supe embarazada no pude dormir, me entró un llanto inesperado comenzando así a vivir un duelo muy profundo al saber que aquella simbiosis especial con mi hija tendría su fin muy pronto; pensando en que ya no podría tener mi ojos y mis brazos disponibles todo el tiempo para ella como antes, que cada beso y cada caricia tendría que durar la mitad del tiempo porque ahora habría un pequeño bebé a quien a atender y a quien dar amor de igual forma.
Sin embargo todos estos temores y dudas empezaron a disiparse cuando comencé a percibir cómo iba creciendo mi segundo bebé dentro de mí y a sentir un profundo y ya conocido amor materno. Y sentía doble dicha porque incluso ahora podía compartir esa nueva experiencia y ese gran nuevo amor precisamente con mi pequeña, quien estaba tan feliz como mi esposo y yo por la espera del nuevo miembro de la familia.
Pero si acaso quedaba un atisbo de dudas, éstas se desvanecieron por completo en el momento del parto. Mi segunda hija me regaló la mejor experiencia de mi vida: fue un parto maravilloso, sin miedos, tranquilo, amoroso… cuando por fin tuve la tuve en mis brazos en aquella tibia bañera pude sentir una increíble paz y una impresionante expansión de conciencia que no se puede describir con palabras. Verla fue como ver de nuevo a mi primer hija por primera vez, sentí exactamente lo mismo, solo que ahora me permití disfrutar la experiencia al máximo, me permití saborear y disfrutar la dulce atmósfera energética que hay cuando se recibe un bebé de manera tranquila y con una actitud segura.
Cuando me descubrí embarazada por segunda vez, lo primero que vino a mi mente fue a mi hija de tan solo un año y tres meses. Mi esposo y yo observábamos la prueba casera y veíamos como poco a poco se teñían las dos rayitas de color rosado. ¡No lo podía creer! Miré a mi esposo y le vi una sonrisa nerviosa, me abrazó fuertemente y solo atinó a decir “¡Qué bueno, otro bebé!”, en cambio yo solo podía pensar en mi amadísima bebé de alta demanda que yacía dormida plácidamente cerca de mí. Comencé a preguntarme en voz alta: ¿y qué vamos a hacer? ¿Y nuestra hija? ¡Pero si todavía es un bebé! ¿Cómo le vamos a hacer?…” ¿cómo le vamos a hacer con qué?” me contestó mi esposo sorprendido por mis preguntas, “pues como le hemos hecho con nuestra hija, solo que ahora serán dos y ya”.
¿Y ya? No, no podía ser tan simple para mí. No podía quitar de mi mente todo el tiempo que le dedicaba a mi hija: había decidido dejar por completo de trabajar para dedicarme de lleno a la crianza de mi pequeña. Ella y yo manteníamos una simbiosis total, éramos miel y mimos todo el tiempo, de tal forma que pensar en un nuevo o nueva hija me trastornó al menos los primeros días…
Mi duda más recurrente fue: ¿Podré amar a mi segundo bebé de la misma forma que amo locamente a mi hija? Aquella primera noche que me supe embarazada no pude dormir, me entró un llanto inesperado comenzando así a vivir un duelo muy profundo al saber que aquella simbiosis especial con mi hija tendría su fin muy pronto; pensando en que ya no podría tener mi ojos y mis brazos disponibles todo el tiempo para ella como antes, que cada beso y cada caricia tendría que durar la mitad del tiempo porque ahora habría un pequeño bebé a quien a atender y a quien dar amor de igual forma.
Sin embargo todos estos temores y dudas empezaron a disiparse cuando comencé a percibir cómo iba creciendo mi segundo bebé dentro de mí y a sentir un profundo y ya conocido amor materno. Y sentía doble dicha porque incluso ahora podía compartir esa nueva experiencia y ese gran nuevo amor precisamente con mi pequeña, quien estaba tan feliz como mi esposo y yo por la espera del nuevo miembro de la familia.
Pero si acaso quedaba un atisbo de dudas, éstas se desvanecieron por completo en el momento del parto. Mi segunda hija me regaló la mejor experiencia de mi vida: fue un parto maravilloso, sin miedos, tranquilo, amoroso… cuando por fin tuve la tuve en mis brazos en aquella tibia bañera pude sentir una increíble paz y una impresionante expansión de conciencia que no se puede describir con palabras. Verla fue como ver de nuevo a mi primer hija por primera vez, sentí exactamente lo mismo, solo que ahora me permití disfrutar la experiencia al máximo, me permití saborear y disfrutar la dulce atmósfera energética que hay cuando se recibe un bebé de manera tranquila y con una actitud segura.
¿Qué si se ama igual al segundo hijo? No. Comprendí que e
l amor no se divide con un segundo hijo, si no que se multiplica; se expande alcanzando más y más amor hacia cada hijo. Hoy puedo decir que amo locamente a mis dos hijas, ellas son tan distintas que no necesito amarlas de forma idéntica: amo sus diferencias porque se complementan y vuelven a mi familia una tribu sumamente colorida y amorosa. Cada vivencia personal en la familia siempre es útil y nos hace crecer a todos. Al menos en mi casa funciona algo así: cada suceso nuevo en el desarrollo de mi hija mayor, como su primer caída del diente o su primer festival en el kínder, siempre será también nuevo para mí y eso es un precioso regalo que ella me da y cada aspecto o actividad nueva en el desarrollo de mi segunda hija, de todos modos siempre lo disfrutaré cómo la primera vez porque ella es otra persona y también me llena de dicha, sólo que esta vez con un enorme plus: la experiencia, ya que para la primera vez de mi segunda hija, ya tengo un consuelo mágico, una mejor respuesta para la pregunta ¿porqué el cielo es azul?, tengo un mayor botiquín en casa con remedios naturales, un mayor repertorio de cuentos e incluso ¡ya hasta tengo a la mano el vestuario perfecto para cada festival!Sin duda, es cierto que ya nada será igual con un segundo hijo: se multiplican las preocupaciones por el bienestar de la familia, se dividen las atenciones, se acorta el tiempo para convivencia con la pareja, pero también es cierto que la vida se vuelve más increíble, se ríe al doble, se disfruta mucho más a la familia, se expande mucho más la felicidad… el amor que da cada hijo y que se da por ellos es realmente maravilloso y transformador.
In La´Kech.
Mujer de Nueva Era.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios expanden